All In: Una historia de dos apuestas
Quiero que grabéis un par de números en vuestra cabeza por un rato: 11.263 y 81.035. Luego explico el motivo, porque ambas son importantes para este artículo. Por ahora, creo que necesito dar una pequeña lección de historia.
Hace 5 años, All Elite Wrestling no existía. La lucha libre estadounidense llevaba 20 años bajo la monopolística mano de hierro de la WWE, con su presidente Vince McMahon haciendo y deshaciendo como quería. Había otras promociones en otros sitios, como la New Japan Pro Wrestling y Stardom en Japón o la CMLL y AAA en México. También había algunas promociones más pequeñas en EEUU, como Impact Wrestling, la NWA, la MLW o, más importante aún, Ring Of Honor, además de docenas de luchadores y organizaciones independientes. Una mezcla entre un producto más edulcorado y unas decisiones cuestionables de quién enfrentar con quién y qué tramas surgían de ello dejó a mucha gente hambrienta de otro tipo de lucha libre que la que ofrecía la WWE, la suficiente para que surgiera la demanda para otra promoción grande, con presencia en televisión nacional y un producto más valiente, con mejores historias y más centrado en la propia lucha libre que tiene… en fin, un show de lucha libre.
AEW avanzó a lo largo de estos últimos cuatro años, atrayendo a una cantidad de gente bastante razonable a esta otra forma de ver la lucha libre. Pero había algo que aún no habían hecho: llenar un estadio grande.
La WWE ha hecho un gran argumento para atraer luchadores con la idea de que tuvieran su “momento Wrestlemania”, su máximo evento, que lleva celebrándose en grandes estadios durante los últimos 15 años o así, algo que han extendido a otros eventos como Summerslam o Royal Rumble. Si uno quería hacer lucha libre en frente a 50 o 60 o 70 mil personas, la WWE era el sitio en el que estar. Hasta este año, porque All Elite Wrestling anunció el retorno de All In, un evento intrínsecamente ligado a la promoción, y anunciaron que se iba a celebrar en el londinense y enorme estadio de Wembley. Era la primera vez que All Elite Wrestling tenía un espectáculo en Europa y muchos fans de este continente ya estarían reservando sus entradas, así que dos amigos y yo, incluido el amigo de esta casa Mateo Trapiello, tomamos una decisión: teníamos que ir a Londres.
Dato curioso sobre mí: la ida y la vuelta a Londres para asistir a All In fueron los primeros dos vuelos que he hecho nunca. Debido a esto, hubo unas cuantas cosas que tuve que hacer de antemano, como el pasaporte, o solicitar unos papeles del médico para llevar al aeropuerto y convencer a seguridad de que no, mi insulina no son bombas señor, por favor déjeme pasar con estos líquidos. A todo esto hay que sumar, por supuesto, entradas, hotel y billetes de avión, los cuales seguramente tardamos un poquito más de la cuenta en adquirir, porque cuando quisimos encontrar un hotel no había nada en media hora a la redonda. Iba a ser un viaje relámpago con unos horarios bastante chungos, pero se consiguió todo a tiempo. El siguiente mes y medio fue una sutil y apacible presencia en mi cabeza de que iba a asistir a algo increíble.
Y entonces, en la semana del viaje, casi ocurre un desastre. El viernes de madrugada me encontré con escalofríos y con una fiebre de 38,7º, además de un dolor de tripa bastante incómodo. No es precisamente la mejor condición para coger un vuelo internacional el mismo domingo. Me recuperé lo justo para sostenerme de pie y no echar la primera papilla el mismo día viernes, así que tomé la probablemente irresponsable decisión de ir a Londres de todos modos. El viaje empezaba el mismo domingo del evento, con un bus que salía de Valladolid a las 2 de la mañana y llegaba a Madrid a las 4 y media, para coger un avión a las 7 en Barajas. Sí, cogí un vuelo por la mañana temprano, tras coger un bus de madrugada, después de una fiebre del copón y con la barriga pocha. Así de fuerte quería ir a ver lucha libre.
Y una lucha libre que empezó con un evento del mismo nombre. En el año 2017, tras casi 20 años de monopolio por parte de la WWE, alguien en Twitter decidió hacerle una pregunta al periodista y crítico de lucha libre Dave Meltzer. Meltzer es la definición de “ha olvidado más cosas de las que tú sabrás jamás”, por lo que su opinión, esté la gente a favor o en contra, se tiene en cuenta. La pregunta era “¿Crees que un evento no organizado por la WWE podría llenar un estadio de 10.000 personas?”, a lo que Meltzer, precavido y con los datos en la mano, respondió “no dentro de poco tiempo”. Era una predicción razonable para el momento en el que se hizo, pero hubo alguien que se lo tomó como un reto.
Unos luchadores respondieron a las impresiones del periodista como si hubiera lanzado un guante. “Reto aceptado” fue lo que dijo el luchador Cody Rhodes. Rhodes estaba luchando para New Japan Pro Wrestling dentro de la facción de malvados extranjeros Bullet Club. Dentro de esta facción, un grupo secundario había surgido entre Rhodes, los hermanos Matt y Nick Jackson (conocidos como los Young Bucks) y Kenny Omega, llamado The Elite. Gracias a una serie de Vlogs llamada Being The Elite, estos luchadores consiguieron una gran audiencia en EEUU, la suficiente para que el reto pudiera funcionar. Rodhes y los Bucks decidieron organizar un evento PPV con algunos de los mejores luchadores independientes del planeta. Ese evento, organizado junto a Ring Of Honor, tuvo lugar en el Sears Centre Arena de Chicago y lo llamaron All In, con la idea de probar si podían conseguir una asistencia de más de 10.000 personas.
Consiguieron 11.263.
Los tres amigos que fuimos nos alojamos en un hotel modesto del barrio de Paddington, el del osito. El poco paseo que pudimos dar por la zona fue bastante agradable. Hacía menos de 25º y el sitio era pintoresco y apacible. Es evidente que había una zona puramente turística en el barrio, pero no llevaba mucho tiempo encontrar las partes más residenciales, que estaban llenas de gente de múltiples razas, lenguas y culturas. Tener que defendernos en inglés con gente que hablaba con una docenas de acentos distintos fue uno de los retos más interesantes que he tenido este año.
Después de comer, cogimos el metro por Baker Street hasta Wembley Park. Nada más salir de la estación, el estadio de Wembley se alzaba al fondo de la calle, monumental e imponente como pocas cosas he visto. Cientos de personas nos rodeaban en un paso ligero de camino al estadio, o guardaban cola para comprar alguna camiseta. Mis amigos y yo ignoramos todo eso y nos dirigimos derechos al estadio. La página web no nos había dejado muy claro dónde estaban nuestros asientos relativos al ring, así que cuál fue nuestra sorpresa cuando vimos que estábamos en la primera grada, lo suficientemente cerca que podíamos ver a los luchadores en carne y hueso sin mucho problema. Conforme Wembley se iba llenando, sentí la misma anticipación extraña que siento cada fin de año por algún motivo, o cuando di mi primera conferencia en la Complutense de Madrid. La sensación de que voy a ser parte de algo con su relativa importancia. No tardé mucho en saber si iba a ser el caso.
El show empezó con la lucha entre MJF y Adam Cole contra el tag team Aussie Open por los títulos por parejas de Ring Of Honor. Tras un buen entrenamiento vocal gritando “Aussie, Aussie Aussie, Oi Oi Oi”, el combate estuvo bastante bien, con una muestra atlética por parte de Kyle Fletcher que me hace suponer que es de otro planeta. Además de interrumpir la estúpidamente popular entrada de Adam Cole, lo que le granjeó a Aussie Open unos abucheos que hundirían a cualquier cómico. El combate acabó con MJF y Cole ganando los títulos por parejas de ROH. No fue nada extraordinario, pero funcionó para lo que tenía que ser, sobre todo teniendo en cuenta que no se podían volver locos porque Adam Cole y MJF, los “brochachos para siempre” (sí, se llaman así el uno al otro), iban a enfrentarse en el evento estelar por el título máximo de AEW.
Pero aún quedaba bastante para eso. El siguiente combate era entre Jack Perry (hijo de Luke Perry) y un chavalín con cara de malas pulgas y un tema de entrada bastante guay que se llama Hook. El combate en sí no tuvo mucho más allá de un detalle, pero yo lo recordaré siempre por una cosa: al final del combate Hook puso a Jack Perry en una llave de sumisión y yo, por hacer el tonto, grité “tap, tap, tap!” para que se rindiera. Y entonces me siguió lo que parecía que era todo el estadio.
Es una sensación extraña, la verdad. Iniciar un cántico un poco tonto y que miles de personas te sigan porque tiene sentido y todo el mundo se está divirtiendo. La lucha libre tiene una relación muy estrecha con el público porque sí, no es un deporte como tal porque los resultados son fijos, pero tampoco es exactamente un teatro en el que vayas a establecer una historia y el público vaya a reaccionar exactamente como quieras. La historia la establece el equipo de producción y la interpretan los luchadores con su actuación de enfrentamiento deportivo, pero el tono está a manos del público. Se puede inclinar la balanza con la historia, pero nosotros decidimos lo que hacemos con ella, a quién encumbramos y quién no nos importa. Quién es el bueno y quién el malo. Al final uno no paga una entrada para un show de lucha libre para ver el combate, uno paga la entrada para ser partícipe de esto.
El siguiente combate fue CM Punk contra Samoa Joe, que fue un combate… correcto. Estos dos tienen un bagaje bastante grande a sus espaldas y son dos de los mejores de lo que llevamos de siglo, con una serie de tres combates entre los dos que básicamente salvaron a Ring Of Honor de la ruina. Esperar lo mismo de ambos con 20 años más de combates a la espalda sería bastante injusto, así que una cosa más comedida en la que los dos hicieron sus movimientos más icónicos (Samoa Joe simplemente caminando para alejarse del salto de su rival nunca dejará de gustarme) y un par de homenajes a Hulk Hogan que nunca entra mal.
Desgraciadamente, eso no va a ser por lo que se recordará este combate. No voy a entrar en todo el asunto porque quiero tener un día tranquilo, pero justo antes del combate CM Punk y Jack Perry tuvieron un encontronazo en bastidores por una maniobra del combate entre Perry y Hook que involucraba a Perry recibiendo un suplex contra “cristal de verdad”, algo que Punk ya le había advertido a Perry que no le gustaba nada. Punk ya había tenido encontronazos muy serios con los Bucks y Kenny Omega y esta vez Tony Khan estuvo presente. Punk fue despedido fulminantemente de All Elite Wrestling la semana siguiente, lo que hace asistir en persona a este combate aún más especial, porque ha sido su último combate en All Elite Wrestling y quizás su último combate en general.
El siguiente combate en la lista fue un combate por equipos entre Kenny Omega, Kota Ibushi y “Hangman” Adam Page contra “Switchblade” Jay White, Juice Robinson y Konosuke Takeshita. Si tuviera que explicar la relación entre Omega y sus dos maridos y compañeros de equipo estaría aquí todo el día, así que me voy a limitar a decir que este combate era un contraste entre el pasado y el presente de Kenny, con su antiguo compañero en New Japan y con el hombre con el que cimentó su estatus en AEW, enfrentándose a su futuro en Takeshita, la persona elegida por él mismo para sucederle como uno de los mejores del negocio. Precisamente por eso fue este último el que hizo la cuenta sobre Kenny. Aparte del combate, esta parte del espectáculo tuvo el curioso detalle de que la persona que tenía a mi izquierda insistía en apoyar a Juice Robinson, seguramente la persona que menos importó en todo el combate. Sabía de la existencia de comentaristas heels que apoyan a los malos, colaborando en la ficción que es todo esto. Lo que no sabía es que también iba a haber espectadores heels. Uno encuentra la diversión en los rincones más inhóspitos, incluida la anárquica mata de pelo de Juice.
Después venía el combate por los títulos por parejas de AEW entre FTR y los Young Bucks y a estas alturas honestamente ya debería haber aprendido la lección de que los combates de FTR son muy muy buenos. En el eterno conflicto entre la lucha libre pegada a la lona y los vuelos acrobáticos, el combate empezó lento y técnico y personalmente no estaba a bordo, pero le ataron un cohete al factor dramático a los 3/4 de combate y se convirtió en un ascenso sin frenos hasta un pico dramático como sólo ellos saben hacer. Son los mejores del mundo por algo.
Tras aprender mi lección tocaba el combate de los degenerados sedientos de sangre, también conocido como el Stadium Stampede. Este combate 5 contra cinco enfrentaba a Eddie Kingston, los Best Friends, Orange Cassidy y Pentagon Jr contra Claudio Castagnoli, Wheeler Yuta, Jon Moxley, Santana y Ortiz. Este combate fue un caos así que voy a despuntar unas cosas para que os hagáis una idea: Eddie yendo a por su enemigo declarado Claudio desde el principio y pegándose con él a lo largo de medio estadio, Penta haciendo una acrobacia sobre Santana y Ortiz en una escalera rota, Moxley haciendo sangrar a Orange Cassidy (lo cual es equivalente a hacer sangrar a un golden retriever, no puedes hacer eso), Penta clavándole unos palillos a Moxley en la cabeza… una masacre en la que nadie salió de ahí sin rojo cubriendo su cuerpo. Al igual que yo conseguí arrastrar al público a mi lado, Mateo también lo consiguió gritando “you sick fuck!” a Penta. Cuanto más tiempo pasamos en el estadio, más claro tenía que uno paga la entrada en un espectáculo de lucha libre para hacer eso.
El siguiente combate fue el combate a cuatro entre Saraya (anteriormente conocida en la WWE como Paige), Hikaru Shida, Toni Storm y Britt Baker. De este combate sólo voy a compartir un par de ideas. La primera es que darle el título a Saraya fue un error (y al momento de publicar esto Shida es campeona otra vez, así que objetivamente tengo razón) y lo segundo es que por el amor de dios Tony Khan, aprende a hacer historias con mujeres, que no son historias tan distintas de las que ya haces bien con hombres. En Ring of Honor ahora tiene toda una historia montada alrededor de la campeona Athena y su “esbirro” Billie Starks. No es tan difícil.
Tras el combate femenino, hubo un combate por parejas entre Sting y su hijo adoptivo Darby Allin contra Swerve Strickland y Christian Cage. Sting es uno de los mejores de los últimos 30 años, y Darby ha recogido el trestigo de Jeff Hardy en su búsqueda de formas cada vez más creativas de pulverizar su prooia espalda. La cosa es que la cantidad de carisma a la que se enfrentaban en este combate es inhumana. Swerve comanda cada ring en el que está con su presencia y su actitud calculadora y dominante y Christian… bueno, sólo decir que ha conseguido convertirse en el malo más popular de All Elite Wrestling a base de buscar rivales huérfanos de padre y hacer chistes sobre tirarse a sus madres. Dos tíos que nos encanta odiar y que recibieron su merecido cuando Swerve acabó dentro de un ataúd.
Nos acercamos al final con los tres últimos combates. El primero de los 3 fue Chris Jericho contra el héroe local y posible miembro de la Secta de los Asesinos Will Ospreay. Había muchas dudas con este combate antes del evento porque Ospreay es uno de los mejores luchadores del mundo, rápido y acrobático cual demonio de Tasmania y Jericho, por mucho que esté en la conversación entre los mejores de todos los tiempos, tiene más de 50 tacos. Y sí, se pueden decir muchas cosas de Chris Jericho, que sus feudos se extienden hasta el infinito, que es un pesado, que chupa tiempo y atención de talento más joven que lo necesita más, que su mujer estuvo en el intento de tomar la Casa Blanca por parte de nazis, pero cuando toca trabajar, Chris Jericho se arremanga y se pone a trabajar. El combate fluyó con todo el ritmo que Jericho puede soportar, que aún es bastante, y permitió a ambos exhibir sus puntos fuertes, con la explosividad de Ospreay encontrándose con los trucos de Jericho una y otra vez hasta que el británico rompió el muro y se alzó con la victoria.
Lectores habituales de este sitio (los 4 que sois, gracias) sabrán que tengo un punto débil con The Acclaimed y su estúpido latiguillo, pero es que en All In se enfrentaban a otra de mis facciones favoritas de toda la industria, los cultistas metaleros de House of Black, por el título de tríos. La última oportunidad de Billy “Daddy Ass” Gunn de conseguir un título con Max Caster y Anthony Bowens después de amenazar su retirada. Y lo consiguieron, porque claro que lo consiguieron. Y como celebración, un montón de gente, conocidos y desconocidos, haciendo la tijera con los dedos en un estadio enorme. A estas alturas apenas tenía voz y la falta de sueño no sólo me había alcanzado sino que me estaba pegando una paliza, así que tenía mi sentido de la vergüenza lo suficientemente alterado para aceptar hacer la tijera con desconocidos. El wrestling nos hace cometer actos extraños.
Al fin, llegó el momento del evento estelar: Maxwell Jacob Friedman, o MJF, contra Adam Cole. El combate fue enunciado con más de un mes de antelación y la historia que elaboraron por el camino fue… especial. Obligados por Tony Khan a trabajar juntos en un torneo por parejas, la tan manida historia de la lucha libre de “¿podrán coexisitr?” tomó un giro bastante inesperado cuando la respuesta fue… sí. Sorprendentemente bien, además. Pequeños conflictos por el camino sembraron la historia de la profundidad necesaria para hacer la historia de ambición contra amistad creíble y con verdaderas consecuencias por algo más que por un set de decorado. Porque como decía el hombre de las mil llaves, Dean Malenko, “el ranking es una ficción, el título es atrezzo, lo único que me importa es mi dinero”.
Y qué combate. Tras uno de los mejores combates de 60 minutos de la historia y un gran combate a cuatro esquinas, la búsqueda de MJF por nuevos tipos de combate que dominar le llevó al evento estelar telenovelesco propio de la WWE, lleno de accidentes, árbitros noqueados, chaladuras varias, momentos que simplemente existieron porque eran divertidos y drama, mucho drama. MJF, para sorpresa de todo el mundo, fue el que más se contuvo con su amigo, negándose a pegarle con el cinturón cuando tuvo la oportunidad, por ejemplo. Mientras tanto, Cole no se detuvo ante nada, incluyendo tirar en vertical a MJF, estampándole la cabeza contra la mesa de los comentaristas. Falsos finales y mil triquiñuelas se sucedieron en un sinvivir de emociones que nos dejó a todos sin fuerzas cuando llegó el final y MJF se alzó con la victoria. ¿Y sabéis lo mejor? Que después de arrastrarse el uno al otro hasta el infierno, Max y Cole se abrazaron para cerrar el espectáculo.
¿El resultado de este evento, no sólo la demostración de capacidad organizativa de AEW sino la culminación de todos sus esfuerzos para plantar su marca en la lucha libre? La respuesta es algo más difícil de responder de lo que parece. El número que el comentarista Nigel McGuiness es 81.035, que al parecer responde al número total de entradas pagadas. Bajo ese criterio, lo habían conseguido, porque el anterior récord lo ostentaba Wrestlemenania 32 con una asistencia de 80.709 según la policía de Arlington (les gusta pretender que el número es 101.763, pero en la WWE son dados a exagerar estas cosas). Sin embargo, la ciudad de Londres declaró que el total de espectadores presentes en Wembley para All In fue de unos 72.000. Las discusiones de cifras se pueden volver muy nebulosas muy rápido, especialmente si la gente discutiendo tiene intereses a un lado o al otro. Yo con lo que me quedo es con esta foto de un Estadio de Wembley lleno de gente y gritando hasta quedarse son voz por poder ver All Elite Wrestling en persona.
Y con el fin de All In, lo único que quedaba era volver al hotel. Excepto que la ciudad de Londres tiene una manera muy particular de lidiar con este tipo de eventos en el Estadio de Wembley. Veréis, la zona está organizada de tal manera que un paseo conecta el enorme estadio de 90.000 personas de capacidad total con la única estación de metro que hay cerca, la cual tarda unos veinte minutos en llegar al centro de la ciudad. El atasco era inevitable. Conseguimos evitarlo un poco cuando fuimos a cenar cerca, pero aún había muchísima gente esperando para el último tren. Por mucho que hable la gente de los males de la multiculturalidad, fueron los Clive, Gary, Nigel y Harry de turno, borrachos como cubas de las pintas que bebieron en el estadio, los que nos dieron la turra durante tres cuartos de hora hasta que conseguimos llegar a Paddington. Por mucho que pueda entender el utilizar la lucha libre como un entorno controlado para soltar un poco de la agresividad típicamente asociada con la masculinidad, se me olvida que hay muchos tíos que son así de normal y no hay manera de hacerles callar. Si tan sólo se hubieran aprendido más de tres cánticos.
Cundo sonó el despertador al día siguiente, los tres nos despertamos como robots apenas funcionales, ejecutando el programa que nos llevaría al aeropuerto de Stansted. Sólo me relajé cuando subimos al autobús que nos llevaría allí, al que, por cierto, casi no llegamos. Tres cuartos de hora de retraso en nuestro vuelo causaron aún más prisas en Barajas para coger el autobús de vuelta a casa. Echando la vista atrás, tantas prisas no fueron una buena idea, y ya que estamos, menos borrachos ingleses y no tener un virus estomacal hubieran estado bien. Pero no me arrepiento de nada. Ser parte del público en un evento de lucha libre es más que simplemente ver el espectáculo, es dejarte la voz para que cada momento se multiplique por nuestra participación directa en él. Es formar parte activa de la narrativa, buscada o no. Y yo participé de uno de los espectáculos más grandes de todos.